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Apagarlo todo
por
Itziar Feito
30.04.2025

Imagina que un día estás en el trabajo y se corta el suministro eléctrico, imagina que en lugar de durar unos escasos minutos dicho corte se alarga hasta las ocho o diez horas. En este Día Internacional de los Trabajadores queremos reflexionar sobre las dependencias tecnológicas que hemos generado en nuestros lugares de trabajo y sobre el hecho de que el ambiente que se percibía ayer en las calles era mayoritariamente festivo, ante la posibilidad del colapso la idea de no estar en el trabajo se tradujo en cierto jolgorio.

Para empezar, ¿qué hacer si, cuándo técnicamente no estamos haciendo nada, estamos produciendo de manera pasiva para las grandes tecnológicas? En la aparente inocencia del scroll estamos seleccionando información, generando tendencias o estadísticas que desconocemos. ¿Cómo reaccionar si parte de mi trabajo pasa por cumplir formularios online y necesita de software y conexiones para desempeñarse una y otra vez?

Continuemos: la gestión del apagón ha conseguido que de nuevo se retrase una semana más la aprobación de la Ley para reducir la jornada laboral. Treinta y siete horas y media nos hace ganar dos horas y media a la semana que es la duración de muchas de las películas que encontramos en cartelera, se pueden caminar unos doce kilómetros en ese tiempo, quizá prepara los tuppers de toda una semana, tener una conversación con el amigo que se fue a vivir a Viena hace unos años o terminar de leer el libro con el que llevas quedándote dormidx tres días consecutivos nada más situar tu cuerpo entre sábanas.

Y por último, ¿qué alternativas o posibilidades nos presenta un futuro tan desasosegante? ¿Cómo huir del solipsismo para generar batallas políticas conjuntas que generen un bienestar común? No somos dueñxs de nuestras respectivas felicidades, numerosas circunstancias materiales son condicionantes y para exigir lo justo debemos recuperar la conciencia de clase porque una gran mayoría de nosotrxs somos clase trabajadora y una parte muy grande de las penurias que arrastramos al llegar a casa son consecuencia directa de nuestro trabajo.

Qué extraña ambivalencia esta de saber que vives mejor que una parte representativa del planeta, pero no poder fantasear ni de lejos con ser madre por una cuestión monetaria. Te puedes permitir hacer regalos a tus amigas por su cumpleaños, pero tienes una capacidad de ahorro casi nula. Te sobrecoge el pensamiento de que un tercio de tu sueldo se esfuma en la primera semana de mes cuando llega el recibo del alquiler, te percibes a ti misma en el pasillo del supermercado observando cómo los precios de los productos que consumes van aumentando ligeramente mientras tu nómina sigue estanca desde hace años.

Te encuentras otro domingo leyendo en la prensa que las fortunas de los milmillonarios siguen aumentando a velocidades meteóricas mientras tú no puedes permitirte pensar sobre la remota posibilidad de comprarte un inmueble. Ansías algo que detestas porque te oprime un deseo que ni siquiera puedes permitirte que sea tuyo. Vas a trabajar una estimación de 81.396 horas en tu vida y cuando te retires quizá empieza a fallar este cuerpo que te permite ser útil para el mercado. Pero bueno, al menos hoy, 1 de mayo de 2025, no trabajas.