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Entrevistas
Entrevista a Joana Castells
por
Finestres
04.12.2025

Joana Castells ha sido galardonada este año con el Premi Montserrat Franquesa de Traducció 2025 del PEN Català por El déu de les falgueres de Daniel Galera (editorial Males Herbes), una distinción que busca reconocer y dignificar la labor de los y las profesionales de la traducción. Castells lleva más de 15 años dedicándose tanto a la corrección como a la traducción literarias, en verso y en prosa, para distintas editoriales en lengua catalana. Hasta hoy, ha traducido del inglés y del portugués títulos de autoras y autores como J. M. Barrie, Tom Spanbauer, Donna Tartt, Sylvia Plath, Tim Winton, Caê Guimarães, Daniel Galera o Hilda Hilst, además de un buen puñado de libros y álbumes ilustrados pensados para las lectoras y los lectores más jóvenes. Su labor, como la de otras compañeras y compañeros de profesión, nos ha permitido descubrir autores y autoras a quienes no habríamos podido disfrutar si no fuera porque alguien nos los ha acercado a través de la traducción. Desde la Llibreria Finestres hemos querido poner en valor el oficio y conocer más a fondo los diversos rincones del arte de la traducción.

¿Cómo te preparas para la traducción de un texto? ¿Tienes algún protocolo inicial o una manera propia de enfrentarte a este proceso?

Esto depende tanto de las características y exigencias de cada libro, de lo que el texto propone y pide, como de las condiciones materiales de que dispones a la hora de afrontar una traducción. Quiero decir que hay incontables variables, a menudo también extraliterarias, que afectan a cómo decidirás abordar el texto que debes traducir. Si se trata de un encargo editorial, por ejemplo, uno de los criterios determinantes suele ser el plazo de que dispones, el imperativo del calendario. En función del tiempo que tengas, podrás dedicarte a investigar y leer más o menos. En un mundo ideal (y a veces también ocurre), a mí me gusta sumergirme en la literatura de la autora o autor que traduzco, para captar su tono y familiarizarme con las voces y paisajes que conforman su universo literario, y siempre que puedo lo hago. Otras veces, sin embargo, ni siquiera tengo ocasión de leer el libro antes de empezar a traducirlo, y voy desvelando sus obstáculos y misterios a medida que lo vierto al catalán. En el caso de El déu de les falgueres tuve mucha suerte, porque ya había leído buena parte de la obra del autor y porque me concedieron una beca a la traducción del Departament de Cultura de la Generalitat que me garantizó la subsistencia durante un período suficientemente largo como para poder trabajar con comodidad.

¿Qué parte de este proceso es más intuitiva y cuál más técnica?

En mi experiencia, durante una primera fase que consiste en verter el texto al catalán hasta obtener una especie de borrador, normalmente traduzco bastante a raudales, más intuitivamente, sí, y me concentro sobre todo en encontrar el tono de la voz que cuenta la historia, al tiempo que voy anotando todas las cuestiones que me parecen importantes y quedan pendientes, como quien va dejando pistas en el camino que me servirán de guía cuando vuelva a pasar más adelante. Después llega un proceso laborioso y quizás más técnico —y para mí, muy emocionante y muy rico— de revisión y reescritura, durante el cual hago un montón de investigación y me hago un montón de preguntas, busco y rebusco las palabras y los sonidos, y pulo y trabajo el material narrativo hasta que tome la forma que más se acerque a lo que creo que define y configura el libro original y, al mismo tiempo, hasta que suene verosímil y resuene en el universo lingüístico de las lectoras y los lectores en lengua catalana. Y finalmente aún le hago una o dos lecturas, la última siempre en papel, en las que procuro adoptar cierta distancia del texto y una mirada más inocente, que pretende imaginar la de quien leerá el libro por primera vez.

¿Qué tipo de relación estableces con la autora o autor del material original? ¿Hay algún contacto inicial antes de empezar a traducir un texto?

Aquí también se dan todo tipo de escenarios y circunstancias. Que tengas que traducir la única novela de una autora fallecida prematuramente, o un libro de una autora encumbrada a la que solo puedes acceder haciendo una carrera de obstáculos o, como en el caso de El déu de les falgueres, que puedas contar con la compañía y el visto bueno del autor durante todo el viaje. Porque con este libro se ha dado la feliz circunstancia de que, paralelamente al proceso de traducción, se ha ido forjando una amistad (epistolar y transatlántica) con Daniel Galera, que siempre ha estado presente y disponible para resolver dudas y para compartir inquietudes y alegrías. Con todo, pocas veces he tenido acceso al autor o autora de un libro que he traducido y la aventura ha sido casi siempre entre la palabra (el libro) y yo. Y esto también me gusta mucho, porque no tengo muy claro que la autora deba tener un dominio y un conocimiento absolutos del material literario, hasta el punto de ser capaz de condicionar una interpretación o de saber resolver todas las dudas que puedan surgir en la traducción de su obra. Me da la sensación de que, a menudo, ni la propia autora es consciente o capaz de prever todas las resonancias y reflejos que podrá llegar a irradiar su texto, y esto, en esencia, nos habla de ese superpoder que es la imaginación y que constituye el núcleo de la creación literaria.

Del mismo modo que una autora o autor debe dar por terminada una obra, debe haber un momento en que la traducción se dé por acabada. ¿Cómo sabes que una traducción está lista? ¿Hay alguna de las obras que has traducido a la que volverías?

En este sentido, entiendo la traducción como una suerte de autoría, ya que como traductora firmas y te haces responsable de una versión o de una lectura personal de una determinada obra, y a menudo eres el primer filtro para las lectoras y los lectores en tu lengua. Por eso me parece que esa necesidad de poner el punto final y a la vez la inmensa dificultad de soltar el texto debe de ser una experiencia muy parecida para una autora y para su traductora. Supongo, al menos así es para mí, que terminada no te lo parece nunca, a menudo incluso tienes que entregarla mucho antes de lo que querrías, y poco a poco vas aprendiendo a vivir en paz con esa solución de compromiso que consiste en quizás no coronar la cima que habías imaginado pero al mismo tiempo procurar no bajar el listón que te habías fijado. Sea como sea, creo que el momento de dar por cerrado el texto y aceptar que ya no es solo tuyo y que todas las lecturas que vendrán lo harán crecer y transitar nuevas rutas insospechadas es muy saludable y, al fin y al cabo, también es un descanso. A mí me cuesta mucho volver a mis traducciones una vez han sido publicadas, porque muchas veces me resulta difícil refrenar el instinto de reescribirlas de arriba abajo. También creo que un libro que traduje hace diez años hoy no lo escribiría del mismo modo, como tampoco dentro de veinte años.

¿Cómo consigues mantener el equilibrio entre la fidelidad al texto original y la naturalidad de la lengua a la que se traduce?

Este es, pienso, el gran reto de la traducción, la prueba de fuego. Conseguir preservar ese equilibrio entre familiaridad y extrañeza que supone toda buena traducción. Traducir es acercar mundos que a menudo nos son desconocidos o nos resultan muy lejanos gracias a la posibilidad, casi mágica, de leerlos en la propia lengua. Y esto implica hacer una serie de concesiones, aceptar que habrá maneras de decir que en la traducción se perderán para siempre, y al mismo tiempo no dejar de buscar —y de inventar— equivalencias y resonancias que permitan trasladar una mirada y un tono diversos y ajenos al universo referencial de tu lengua y tu cultura.

Hay expresiones o juegos de palabras que deben de ser especialmente complicados de adaptar. ¿Podrías ponernos algunos ejemplos concretos que te hayan hecho sudar?

Pondré un ejemplo en verso, porque pienso que el alma singular de la poesía hace de la traducción poética una especie de salto al vacío que exige funambulismos insólitos. Hace años, a cuatro manos con el traductor y poeta Josep Domènech Ponsatí, tradujimos un libro de la poeta brasileña Hilda Hilst (Del Desig, editorial Prometeu) en el que aparecían dos versos que dicen: «Como fazer nascer girassóis do topázio / E dos robis, romãs». Aquí sabíamos que perderíamos la sonoridad de la aliteración del último verso (que en catalán se diría: I dels robins, magranes), pero encontramos una manera de conservar la fuerza de la imagen y a la vez hacer un modesto homenaje (a Carner) robándole un verso. Dijimos: «Com fer que neixin gira-sols del topazi / I caigui un xàfec de robins de les magranes». No sé si es una solución lícita o lograda, pero en aquel momento nos pareció una buena salida de emergencia.

¿Crees que traducir es, de algún modo, reescribir un texto? ¿Qué relación estableces con el texto que traduces?

Me parece que traducir es un poco como escribir un libro sin tener que elegir tú el tema, inventarte una trama o construir unos personajes; quiero decir que es un gesto parecido, traducir es una forma de escritura, sin duda. Y en este sentido, cuando traduces, estableces un vínculo muy estrecho —casi obsesivo— con el texto, puesto que viajas al mundo del libro y ese mundo es el paisaje que ves cada mañana cuando te asomas a la ventana. Y es curioso, porque muchas veces se trata de encargos editoriales, es decir, quizá tú no habrías elegido traducir ese libro y quizá ni siquiera se te había pasado por la cabeza leerlo, y de pronto, como es un trabajo tan concentrado e inmersivo, acabas viviendo dentro de aquella ficción (y también dentro de aquella manera de decir el mundo) y el libro acaba convirtiéndose en un tiempo de tu vida y en parte de tu propia historia sentimental.

¿Crees que, en general, existe reconocimiento de la labor que realizáis los traductores y traductoras?

Creo que sí, que dentro del ecosistema literario catalán se da mucho valor a la traducción, y me parece comprensible que la comunidad cultural de un territorio pequeño se preocupe por mirar más allá para incorporar las voces del mundo al corpus de la tradición literaria propia. Aquí, los traductores y traductoras aparecemos en las cubiertas de los libros, hay seminarios, grados y posgrados universitarios y muchos debates, charlas, reseñas, clubes de lectura que giran alrededor de la traducción, y también me parece que vivimos una cierta edad de oro de la traducción al catalán; pienso que hay un montón de buenos profesionales que se dedican a ello de manera apasionada y competente y a quienes se les da espacio para compartir y dar a conocer su trabajo. Ahora bien, también he de decir que es difícil vivir de la traducción, al menos en lengua catalana, y que a menudo hay que hacer malabares y trabajar de lunes a lunes durante meses para que salgan los números que deben garantizar tu subsistencia.

¿Cuál de los tres relatos de El déu de les falgueres te ha costado más traducir, y por qué? ¿Y cuál te ha gustado más o te ha hecho pensar más?

Diría que lo que me ha costado más es conseguir mantener el tono y el estilo de cada uno de los relatos y, al mismo tiempo, trasladar la sensación de cierta unidad, de una atmósfera compartida entre los tres a pesar de las grandes diferencias argumentales, ambientales y de registro lingüístico que hay entre ellos. Y quizá mi preferido es «Bugònia», por el vuelo poético del texto, pero los tres me gustan mucho.

¿Cuál ha sido el libro que más te ha marcado como traductora y por qué?

Esta es una pregunta muy difícil de responder, porque como he dicho antes, con todos los libros que traduces acabas estableciendo un vínculo muy estrecho, una familiaridad profunda. Pero si he de mencionar alguno, mencionaré dos. En primer lugar L’home que es va enamorar de la lluna, de Tom Spanbauer, porque supuso un punto de inflexión en mi aprendizaje como traductora, por la sintonía que tuve con el estilo tan peculiar del autor, por la dificultad de traducir toda su poesía sin dejarte ni una gota, por la magia del universo y los personajes del libro. Traducirlo fue un regalo y un gran voto de confianza por parte de Ramon Mas y Ricard Planas, editores de Males Herbes, y de Eugènia Broggi, de L’Altra, a quienes siempre lo agradeceré mucho. Y en segundo lugar, ha sido muy especial para mí poder traducir un libro precioso que acaba de llegar a las librerías, Peter i Wendy, de J. M. Barrie (en una magnífica edición de Males Herbes, con tapa dura y las ilustraciones originales), porque por más que casi todo el mundo conozca la historia del País de Nunca Jamás y del niño que no quería hacerse mayor, me da la sensación de que aún hoy poca gente ha leído la novela original, que me parece una maravilla.

Y para terminar, ¿qué libro elegirías para traducir (aunque ya haya sido traducido) y por qué?

Me gustaría mucho traducir (o haber traducido, porque creo que ya hay alguna buena traducción en marcha) a una poeta brasileña llamada Ana Martins Marques, que me parece buenísima y me hace viajar muy lejos. Me gustaría traducir cualquiera de las novelas de Mariana Salomão (incluidas, seguramente, las que aún tiene que escribir). Me gustaría traducir a Bradbury, Vonnegut, Margaret Atwood o Stephen King… La lista de deseos no se acabaría nunca.

Fotografía: Laurent Martin Lo

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