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'A la busca del tiempo perdido', de Marcel Proust
por
Nicolás Botero
29.06.2023

¿Qué lees?

A la busca del tiempo perdido. Hacía varios años que me rondaba la idea de que algo –quizá mucho– se me había quedado en Proust. Aproveché una convalecencia para volver a leer esta novela sin fondo.

¿Quién es el autor?

Un loco del deseo conocedor de los celos, excéntrico del gusto, un neurótico del detalle, narciso humilde, esnob desenmascarado, el cotilla más elegante del siglo XX.

¿Qué editorial lo publica?

Esta que leo ahora es la nueva edición de El Paseo, en la maravillosa traducción de Mauro Armiño puesta al día y con un aparato de notas muy útil. Tiene un índice de personajes que ayuda mucho. La introducción de cada uno de ellos es formidable, nada académica. Los datos que te dan son los que de verdad necesita un lector proustiano, detalles vitales. Si no uno no ha leído nunca A la busca del tiempo perdido, pues no importa. En cualquier caso, la edición es más fácil de manipular que la ya clásica de Valdemar, que son unos tochazos de pasta dura para arrojar a los bullosos.

¿De qué va?

Ay, esta pregunta. Podría mencionar la magdalena y todo el cuento de la memoria involuntaria que desencadena al torrente de recuerdos e imágenes de una vida y varias vidas que el narrador –un tal Marcel– se esfuerza por transcribir en un relato de más de 2.500 páginas. Sin embargo, esta vez me he puesto a mirar otras cosas. Por ejemplo: la primera parte, que abre con reflexiones acerca del sueño. En donde se dice que durante mucho tiempo se acostó temprano y después uno entra en el recuento casi onírico de una larga duermevela. Un narrador que se ubica en una zona de la conciencia pantanosa, de donde sólo pueden sacarse cosas a partir de juegos literarios. Lo que importa de este libro no son las anécdotas, como en otros autores contemporáneos –pienso en un Karl Ove Knausgaard, por ejemplo– sino la forma en que se producen las mismas en un discurso narrativo que puede ser comprendido por una especie humana. Toda esa reflexión del sueño y de la memoria son cosas que todos hemos sentido, pero pocas personas son capaces de transmitir la experiencia de estar en una habitación y entrar en un océano de lenguaje, del cual estamos hechos y nos es imposible deshacernos. Esta novela es un bucear en la verdad de la experiencia. A Proust lo que le importa es reestablecer una verdad que fue percibida y marcó su existencia. Asimismo, este relato está plagado de reflexiones acerca del deseo, esa esponja con que se asimila la realidad, se la pule, se la brilla, se la opaca con más grasa o mentira. Los celos, la envidia, el esnobismo, la vulgaridad. Aquí se encuentra lo que cada cual sea capaz de sacar.

¿Cómo está escrito?

La traducción de Armiño es directa, nada barroca como la de Carlos Manzano o la famosa y en mi sentir flojísima de Pedro Salinas, por más poeta que Pedro Salinas haya sido (y la cual terminó Consuelo Berges). El estilo de esta novela lo es todo: es una locura. Un torrente, un caudal, ¿qué otro lugar común invoco? Es una desmesura sintáctica y gramatical. Páginas y páginas de detalles, campanarios, ropas, voces, música. Ninguna realidad se le escapa a la sensibilidad proustiana. Es capaz de materializarlo todo. Porque su escritura es eso: pura materialización lingüística, si se me permite la expresión.

¿Es largo o corto?

Larguísimo y a veces aburrido. Muy aburrido. Pero hay recompensas. Proust nunca queda debiendo. Por ejemplo: la última parte de A la sombra de las muchachas en flor. Después de largas variaciones sobre el tedio, de paseos por Balbec con amigos arrogantes, aristócratas estúpidas, llega la parte del deseo explotado, un muchacho lleno de ganas de conocer chicas, deseoso, en suma, de ser aprobado, visto. Una maravilla de la psicología literaria.

¿A qué se parece?

A nada, aunque hoy me gustaría pensar en Chateaubriand. Se menciona a menudo en estos dos volúmenes que he leído hasta ahora. (Ya el tercero lo tengo encargado y me pregunto cuándo saldrá el cuarto, Sodoma y Gomorra.) Quizá podríamos pensar en otros autores o autoras, pero ninguno o ninguna me parece persuasivo. Proust es Proust.

¿Qué es lo que más te ha gustado de libro?

La libertad de su composición. Dudo que algún editor se le mida a algo así, desprovisto del morbo anecdótico de lo más comercial y ligero. Olvidémonos: esta obra no se habría ganado el aplauso de la peña literaria de un país como este, en un tiempo como este, de lecturas perezosas y fáciles. Este libro es un milagro.

¿A quién se lo recomiendas?

A quien le interese escribir de verdad.

Defectos, carencias…

Tanto esnobismo, pero hasta eso es necesario.

Por la parte de Swann. (A la busca del tiempo perdido, I)
Proust, Marcel
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A la sombra de las muchachas en flor. (A la busca del tiempo perdido, II)
Proust, Marcel
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La parte de Guermantes (A la busca del tiempo perdido, III)
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